Su papá le enseño el oficio de la familia. No era banquero, no era dentista, no era contador, no era músico. Hacía trabajo de chiripero, donde aparecía para la comida de su casa, pues al ser el mayor y su padre haber fallecido, tenía que ser el hombre que llevara el sustento. Aunque tenía su taller, claro está.
Pudo ir a la escuela, pero tenía que trabajar duro. Jugaba como todo niño, obedecía a su madre y hasta curioso el muchacho que se fue por tres días a la capital dejando preocupado a sus padres. Pero no se fue a enamorarse o a vagabundear, fue a la parroquia principal de la ciudad a oír y hablar de Dios.
Llevó una vida tan sencilla que hasta lo acusaron de no tener “sangre azul” ni renombre. Su primo, medio loco para muchos fue quien lo bautizó. Pasó hambre por 40 días para buscar la voluntad divina. Pasó la prueba. Sanó enfermos, dio la vista a los pobres, levantó a paralíticos, dio de comer a por lo menos 20 mil personas… hizo de todo sin un centavo; no se quejaba de no tener ni siquiera un burrito (y el que tenía era prestado).
Jesús fue tan sencillo que hasta su evangelio es sencillo. Tan sencillo que a los eruditos les da por rechazarlo por no tener elementos de grandeza literaria ni siquiera premios “Grammy” ni “Billboard” ni” Latin American Music Awards”. Sin embargo su evangelio se canta, se enseña, se predica… por ser sencillo, llega a millones de personas, sana muchas vidas todavía y sigue haciendo milagros.
Entonces, ¿por qué te preocupa el no destacar? Nos preocupamos por descollar, sobresalir, ser reconocidos, ser admirados. Jesús nos dio el ejemplo perfecto de ser reconocidos: Honrando al Padre Celestial con una fe del tamaño de un grano de mostaza, sirviéndole y amándole, aceptando en tu corazón esa palabra de vida eterna que nunca pasa: Dios te ama.
Leandro Ferreras
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